Debo agradecerte este 14 de febrero. No se me va a olvidar nunca. No sólo por los pequeños detalles con los que haces que todo se vuelva más fácil cada día, si no, por seguir a mi lado después de todo y quererme.
Porque no cambiaría por nada del mundo una de nuestras tardes tirados en mi cama, acariciándonos, besándonos, amándonos. De esas tardes en las que desconectas de todo, y sólo existes tú. En las que da igual si suena el teléfono, sabes que nadie lo va a coger; en las que llaman a la puerta y tú no te preocupas.
Prefieres mirarle a los ojos una vez más y sonreír, y besarle como si fuera el último día de tu vida.
Porque sabes perfectamente que él es el centro de todo, y que eso no lo puede cambiar nada ni nadie.
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